El 13 de marzo de 2020 llegamos a Molinos, en los valles calchaquíes salteños. Como en anteriores oportunidades, hacía varios meses que veíamos proyectando el viaje, reprogramado por las lluvias e inundaciones en la zona durante los meses de enero y febrero. En esta oportunidad nuestro objetivo eran los proyectos sobre de patrimonio y salud.

De antemano teníamos pautadas algunas entrevistas, con representantes del área de cultura de los municipios de Molinos y Cachi, para avanzar con el proyecto de creación del Museo de Molinos. También habíamos confeccionado un listado de familias molinistas para contactar, con la intención de reconstruir la historia de la enfermedad de Tifus exantemático, en el siglo pasado. 

Pero de un día al otro la situación cambió, en fragmentos de horas todo se iba desarticulando, desdibujado y cambiando… De un día para otro estábamos en Molinos con restricciones para circular por el pueblo y contactar a la gente en sus casas,  compartiendo con ellos las sensaciones de desconcierto y desazón. Esa aparente ambigüedad por la que todos nos volvimos extraños, pese a tantos años y experiencias compartidas con la gente de Molinos. Esa evidencia del evento crítico atravesando la cotidianeidad.

Mientras pensábamos en cómo volver a Buenos Aires, pasamos los días respetando el aislamiento y saliendo únicamente en los momentos permitidos. Recorrimos los alrededores de un pueblo cada vez más desierto, sorprendido y sensibilizado. 

Sólo nos quedaba revisar los materiales recolectados en los primeros momentos de la estadía provenientes del archivo parroquial y el acceso a los libros con datos sobre familias y actividades tradicionales. Y las fotografías tomadas de las calles del sector viejo y casi deshabitado del pueblo que en 1917 y 1918 reportaban los contagios y muertes de Tifus Exantemático. 

Mientras tanto, en marzo de 2020, la pandemia recién empezaba…